El Príncipe, Capítulos XXII a XXVI
SEXTA PARTE: DE LAS CONSIDERACIONES FINALES
Capítulo XXII.- De los secretarios del
príncipe.
Maquiavelo aduce que al príncipe, aparte de su imagen, se le
conoce por las personas de quien se hace rodear; de tal forma que si le rodean
personas capaces y hábiles en el arte de gobernar, se considerará que él lo es;
caso contrario si le rodean personas incapaces.
Uno de los mayores consejos del autor, es el que versa
acerca de los secretarios o consejeros del príncipe; básicamente, el príncipe
debe hacerse de un equipo que sea prudente, con experiencia, juicioso y que le
ayude a dilucidar la realidad del Estado.
Capítulo XXIII.- Como huir de los
aduladores.
El presente capítulo y el anterior son complementarios; para
evadir a los aduladores, y para evitar perder el respeto de la gente, el
Príncipe sólo permitirá a este equipo de consejeros decirle la verdad en los
temas concernientes al Estado; de tal forma, que así, con el prudente consejo
de otros, acerca de la verdad y la realidad del Estado, solo le restará al
Príncipe saber discernir en sus decisiones el mejor camino. Este equipo, deberá
estar conformado por gente sabia del Estado, con experiencia, prudente y
doctos, como si fuese una suerte de Senado, pero sin las funciones que a este
se le reconocen.
Capítulo XXIV.- Por qué los príncipes
italianos perdieron sus estados.
El autor concluye en este capítulo que el mayor error de
cualquier gobernante (y por tanto, error también de los gobernantes italianos),
es el dejar las cosas del Estado en manos de otros, ya sea que fuesen o no de
su confianza, un Príncipe prudente deberá siempre confiar solo de lo que esté
en sus manos. A su vez, manifiesta que otro error tremendo es el de descuidar
el presente, en función de que en el pasado ya se ha obrado bien y se han
tenido mejores condiciones que las actuales, a lo cual argumenta el autor, que
los hombres se les mantiene felices solo con las cosas presentes, no con las
pasadas.
Capítulo XXV.- Del poder de la fortuna en
las cosas humanas y de los medios para oponérsele.
Este es el famosísimo capítulo que le granjeó a Maquiavelo
la autoría tácita de la frase “el fin justifica los medios”. Tal y
como sucede con la frase “Elemental, mi querido Watson”, la
cual nunca fue escrita de tal forma en ninguna obra de Sir Arthur Connan Doyle,
Nicolás Maquiavelo nunca escribió dicha frase, es solo un aforismo clásico con
el cual se resume el pensamiento de este capítulo, en el cual, el autor dice
que todos los Hombres se valen de distintos medios para llegar a los mismos
fines, de modo que en donde unos son temerarios, otros son prudentes, donde uno
es audaz, otros son perspicaces y cuidadosos. Aunque el autor, peca de
machismo, seguramente muy en boga en sus tiempos, se inclina por la audacia y
por el ser temerario.
Capítulo XXVI.- Exhortación para liberar a
Italia de los bárbaros.
Capítulo en el cual Maquiavelo concluye, cierra diciendo que
es una verdadera lástima que Italia se encuentre subyugada tanto por españoles
como franceses, a quienes tacha de bárbaros. La obra, dirigida a Lorenzo de Médicis;
pero debido a que fue publicado de manera póstuma, Lorenzo el Grande nunca
logró entrar en contacto con esta obra tan magnamente redactada por uno de sus
súbditos.
CONCLUSIÓN
La propuesta general del autor es sumamente polémica,
describe a un gobernante sin escrúpulos, manipulador, frío, voluble,
individualista pero colaborativo según su interés, inteligente, práctico, el
cual, a la vez, debe mostrarse bueno, benevolente, magnánimo, liberal o
conservador según sea el caso, virtuoso e inclusive religioso, resultando por
ello, una entidad dual, un solo ser compuesto de dos elementos distintos e
irreconciliables, un ser en cuya categoría ontológica cabe la naturaleza
positiva y negativa, es decir, un ser que debe convivir con lo bueno y lo malo,
y como dijera Nietzsche, estar más allá del bien y del mal.
Sin duda, en la mayoría de las mentes, el contenido del
libro resulta ofensivo, inmoral y nada ético, carente de principios, valores y
escrúpulo alguno, una aberración moral; pero si uno logra librarse de todo
prejuicio cognitivo, de toda idea preconcebida, y de toda categoría
deontológica, logrará ver que la obra contiene una verdad que se encuentra
inmanente en todos los seres humanos: somos, por naturaleza malos en el sentido
moral y ético, pero, el contrato y el pacto social nos ha obligado a volvernos moralmente
correctos, siendo que la moral es un producto social, pues esta varía de grupo
social en grupo social.
La convivencia en sociedad es la forma en que el ser humano
es más fuerte, pues por sí solo se encuentra en gran desventaja; como
mencionábamos, ese contrato social, a como lo entendiera Rousseau, nos libró
del famoso estado de naturaleza, del Leviatán de Hobbes, y dentro del mismo, se
depositó la autoridad en uno, ya fuere el Patriarca, el Rey, Emperador etc.
Dicha figura, debía saber manejar ambas naturalezas del ser humano, debía
saber, tal y como lo menciona Maquiavelo, comportarse como hombre y como
bestia, y no titubear al necesitar comportarse como león y zorro, todo en aras
de conservar el orden y el control del Estado.
En función de lo anterior, el realismo de Maquiavelo, que le
valió el calificativo de maquiavélico,
no es más que la condición necesaria para describir a un ente dual, es decir,
no podría esperarse realizar un análisis completo, profundo y científico de la
realidad, si esta no se considera en todas sus formas, sean correctas
moralmente, o no. Así, esa falta de escrúpulos se justifica por la necesidad de
ver la realidad tal y como es, en todos sus aspectos; por tanto, si se espera
describir, interpretar y criticar a la misma, se debe de hacer desde un prisma
integral y completo, a menos que se desee hacer un análisis parcial y subjetivo
de los hechos políticos, lo cual es sin duda sumamente indeseable.
Por tanto, una de las mayores premisas que debemos tomar en
cuenta es la siguiente:
El ser
humano es un ente ontológicamente dual, bueno y malo, positivo y negativo, por
tanto, si se quiere realizar un análisis del mismo, debe de considerársele
desde ambos planos, ya sea que se realice una inspección idealista (como Platón
y su República) o realista (como Maquiavelo).
No por nada el dualismo fue un problema filosófico tratado
ampliamente durante la edad media, ya fuera Dios-Satán, Bien-Mal.
Cielo-Infierno, Ángel-Demonio etc.
Así, en función de la premisa ya descrita, podríamos
comprender mejor el maquiavelismo de
Maquiavelo, válganos el pleonasmo, pues dicho realismo maquiavélico solo pretende dar cuenta de la naturaleza
humana, la cual es eminentemente dual, y más específicamente, de la naturaleza
de los grandes líderes históricos de la sociedad, es decir, los gobernantes,
políticos y jefes militares.
Algunos consideran que con Maquiavelo se apertura la
corriente pesimista, que siguió con Arthur Schopenhauer, y a la que se
adscribió Nietzsche y el Nihilismo, sin embargo ello es rebatible, ya que lo
que en verdad se apertura fue la corriente realista ontológica el pensamiento
político y social; la calificación de pesimista es incorrecta, pues en ningún
momento se manifiesta tendencia a ninguna forma de anarquismo, que podría
considerarse pesimista con respecto a la existencia del Estado.
Finalmente, recapitulando, podemos decir que el realismo y
el dualismo son los dos ejes rectores de la obra de Maquiavelo, por ello,
analiza al ser humano como ningún otro autor lo había hecho antes, y lo logra
de una manera tal, que su trabajo le ganó el ser considerado como el fundador
de la Ciencia Política, precisamente al haber realizado esa separación entre
moral y política, producto de un juicio muy prudente, que habría evolucionado
con la gran experiencia del autor en las cosas públicas de su natal Florencia,
hasta dar como producto esta magnífica obra, que contiene una enseñanza para
todos, pues, inclusive no solo a políticos, sino a cualquier otro ser humano
facilitará el darse cuenta de la propia naturaleza y de la de los demás,
expandiendo las habilidades interpersonales y la capacidad de hacer política,
todo en aras de una sociedad que busque en verdad el bien común.
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